¡Estreno de temporada final! Capítulo 1: El último estreno


Los reflectores ya estaban encendidos, la escenografía estaba montada, y el sonido estaba listo para ser reproducido. Betina y su hermana menor, Pía, habían estado ensayando sin parar durante tres meses. Sabían sus líneas tan bien que hasta las repetían sin saberlo entre sueños. Sus incontables horas de esfuerzo y trabajo finalmente iban a dar frutos y a materializarse en el efusivo aplauso de los espectadores.
Todo estaba en su lugar para que el estreno de la obra sea un éxito de taquillas, excepto por una cosa: no había una sola butaca ocupada en todo el teatro.

—¿Qué pasa que todavía no llegó nadie? —preguntó Pía, espiando a escondidas a un costado del telón.
Betina, impaciente, cruzó hacia el centro del escenario y miró hacia el público. O, mejor dicho, hacia donde se supone que se ubica el público cuando hay alguien que va a ver la obra. Se cruzó de brazos allí. Su figura alta y delgada, la cual no tenía nada que envidiarle a una modelo profesional, se veía intimidante y amenazadora.
—No vino nadie, estúpida. Otra vez mi obra es un fracaso.
Pía avanzó hacia su hermana.
—A lo mejor tenemos un público impuntual, o hay mucho tráfico, o…
—Ya esperamos una hora —la interrumpió Betina—, no va a venir nadie. Agarrá las cosas y ponete a limpiar, de alguna manera le vamos a tener que pagar al teatro por el encendido de las luces. Si no pudimos hacerlo vendiendo entradas, vamos a tener que hacerlo barriendo y fregando.
Un minuto más tarde, ambas estaban limpiando el espacio entre las butacas y el escenario.
—Esto es por tu culpa —sentenció la hermana mayor—. No repartiste suficientes volantes en la calle. ¿Cómo querés que alguien venga a vernos si la gente ni siquiera sabe de nuestra existencia?
—¿Qué decís? ¡Hace un mes que lo único que hago es repartir volantes y ensayar!
—¡Tendrías que haber repartido más! Tengo casi treinta años, a esta altura de mi vida ya tendría que ser una actriz famosa. ¡Lo único que hacés es estropear mi carrera, inútil!
—O a lo mejor no sos tan buena actriz como creés. Yo empecé la escuela de teatro a los seis años y ya tengo trece, para cuando tenga tu edad seguro ya voy a haber llegado a Hollywood.
—No me provoques, Pía —le advirtió la mujer.
—¿Qué me vas a hacer si no? ¿Me vas a dejar sin cenar?
—¿Y con qué querés que compremos comida si no se vendió una sola entrada? ¿No te das cuenta de lo grave que es esto? Estamos en la ruina. Ya es fin de mes y todavía no pagamos el alquiler, sería un milagro que no nos dejen en la calle esta misma semana. Yo en tu lugar me prepararía para dormir en una plaza.
Pía dejó caer la escoba al suelo y se llevó las manos a la cintura. —¡Yo no pienso vivir como una indigente!
—¡Entonces vas a tener que salir a pedir! ¡O repartir más volantes para nuestra próxima obra! ¡O las dos cosas juntas!
—¡Estoy harta de que me vivas dando órdenes! ¿Quién te pensás que sos?
Betina, ya sin paciencia, se acercó a Pía y la tomó por el cuello.
—Escuchame una cosa, mocosa maleducada —le dijo al oído—. Vos vas a hacer lo que yo te digo o vas a pasar la noche en la plaza hoy mismo así me queda el departamento para mí sola. Mañana te levantás bien temprano y empezás a repartir volantes para nuestra próxima función, y te vas a quedar haciendo eso hasta la medianoche. Si tenés hambre, lo lamento. No vas a comer nada hasta que no hayamos vendido por lo menos un tercio de los lugares. ¿Te quedó claro?
Pía, con dificultad para respirar, asintió. Su hermana la soltó, dejándola algo mareada durante unos segundos.
—Ahora andá a buscar mi tarjeta. Se la quiero dejar al encargado del teatro para que quedé acá, a ver si algún productor famoso la encuentra —le ordenó.
Pía obedeció y caminó hacia los camarines en busca de las pertenencias de su hermana.
—Esa tarada, no sé quién se piensa que es para tratarme así —murmuraba mientras caminaba.
Subió las escaleras y recorrió el pasillo.
—A mí no me va a tener de esclava. Voy a ser libre y empezar desde cero yo sola. No me importa que sea mi hermana, no la quiero ver nunca más en mi vida, ni siquiera sabe actuar. Cuando Cris Morena me descubra voy a ser famosa en todo el mundo y me va a venir a pedir ayuda; pero para conseguir eso, primero tengo que escaparme y que la estúpida de mi hermana me deje de complicar la vida.
Abrió el bolso de Betina y sacó de él la billetera y el teléfono móvil.
—Conmigo te confundiste, hermanita. A mí no me vas a seguir arrastrando a tu fracaso, yo quiero triunfar. Con esto voy a poder irme bien lejos y mantenerme unos días, hasta que encuentre un buen trabajo como actriz.
—¿Decías algo?
Pía giró y encontró a su hermana en la puerta del camarín. Por la expresión en su cara dedujo que su pregunta era sincera: realmente no había entendido lo que decía.
—¿Qué hacés con mi billetera y mi teléfono?
—Yo… eh… bueno…
A Pía no se le ocurría ninguna excusa, y su hermana estaba acercándose a ella a paso lento.
—¿Me estabas robando? ¡Maldita! ¡Desagradecida! ¡Después de que prácticamente te crié yo sola toda tu vida! ¡Ni tu mamá te quiso tener y yo me hice cargo! ¡Encima de mala actriz, ladrona!
Pía, más joven y ágil que su hermana, logró escabullirse por la puerta y corrió a encerrarse al baño. No fue hasta que estuvo adentro que se dio cuenta de que era el baño de hombres. Afortunadamente, nadie más que ella estaba allí.
Desde afuera, su hermana golpeaba la puerta con fuerza, dándole puñetazos que hacían que esta vibrara muy fuerte, provocando un sonido ensordecedor.
—¡Pía! ¡Abrí esa maldita puerta y devolveme mis cosas! ¡Si no salís ahora mismo te voy a arrancar la cabeza!
Desesperada por escapar, Pía miró a su alrededor: el baño no contaba con ninguna ventana ni conducto de ventilación que pudiera utilizar para no ser atrapada. Las rodillas le temblaban tanto que le costaba mantenerse en pie. No fue hasta un momento después que notó que el teléfono móvil de su hermana estaba vibrando en su bolsillo. Lo tomó y observó lo que la pantalla le mostraba. Inmediatamente una sonrisa se dibujó en su rostro.
—¡Salí inmediatamente de ese baño!
La puerta se abrió y Betina se sorprendió mucho al ver que su hermana menor, lejos de estar asustada, mostraba una sonrisa victoriosa. Voluntariamente le entregó el teléfono y, antes de que su hermana pudiera decir algo, Pía habló.
—Mirá lo que te acaba de llegar.
Betina vio el contenido. Reconocía el remitente y sabía lo que significaba.
—¿Esto es…?
Era su salvación, su última esperanza de triunfar en el mundo del teatro y la televisión. Podía ser, seguramente, su inicio como actriz famosa. El trabajo no era exactamente un protagónico en un programa de televisión, ni siquiera era un trabajo tradicional como actriz, pero la paga era muy buena. Conocía las reglas: tanto ella como Pía tenían que actuar juntas en ese proyecto. De no ser así, no había trabajo y, por consiguiente, no había dinero.
—Sí —asintió Pía—, es nuestro boleto de salida del fracaso. Llegó el momento.
Ambas se abrazaron y festejaron con alegría, olvidando completamente que hasta hace un momento querían verse destruidas la una a la otra.
Se juntaron para ver una vez más ese mensaje que las iba a sacar de la perdición. Era una foto de Laura, y debajo estaba escrita una dirección: «Arboleda 301».


Tres meses más tarde…

Josefina había logrado adaptarse a Rincón de Luz, su nuevo hogar, con mucha facilidad. Podría decirse que extrañaba a sus amigos del granero allá en La Boca, pero las comodidades que le ofrecía su nueva vida eran suficientes como para poder soportarlo.
Además, había traído consigo a su mejor amiga: su muñeca Josefita, quien tenía la habilidad de convertirse en humana cuando nadie más que Josefina la estaba viendo. Esa mañana estaban ambas en el cuarto mirándose al espejo.
—Qué lindo uniforme tenés, me gusta mucho más que la ropa que usabas en el otro hogar —dijo la muñeca.
—¡A mí también me encanta! Y lo mejor es que es nuevo: antes los chicos acá se vestían de rojo y celeste, pero este color rosa y verde manzana lo empezaron a usar desde hace poco. Bah, así nos vestimos las chicas, los varones se visten de verde manzana y celeste.
—¿Por qué lo cambiaron?
—No sé bien por qué, creo que tiene algo que ver con que tuvieron que irse del hogar y después volver. Igual no importa, ¡me encanta!
Malena ingresó al cuarto de chicas por la puerta y Josefita inmediatamente volvió a convertirse en muñeca.
—Jose, vamos. ¡Majula nos está esperando abajo! —dijo.
—¡Ahí voy!
Ambas descendieron por las escaleras hacia la sala principal, tomándose un momento para observar los nuevos colores con los que había sido pintado ese cuarto por sorpresa para recibirlos de regreso luego de escapar de Las Sombras; ahora llevaba tonos mucho más claros y de la paleta de colores pastel. Todo se veía mucho más iluminado, con más luz.
—¿Ya estamos todos? —preguntó María Julia, con un anillo en uno de sus dedos. A su lado estaba Caride junto con Luciana, su hija.
—Sí —confirmó Soledad.
Con una sonrisa en su rostro, María Julia continuó—: Bueno, quería aprovechar para despedirme de ustedes y decirles gracias. Ahora que con Caride nos casamos, vamos a irnos de luna de miel por un año con su hija Luciana. Además, vamos a aprovechar a visitar a Sebastián también.
El compromiso de María Julia y Caride había sido anunciado hacía varios meses, cuando los chicos todavía estaban en el granero. Al regresar a Rincón de Luz, los tomó a todos por sorpresa: María Julia había estado viviendo junto con la familia Caride durante mucho tiempo, y ya habían puesto la casa en venta. No más de una semana después de su regreso, todos tuvieron que asistir al casamiento de ambos. Ese día, finalmente habían vendido la casa y podían iniciar su viaje.
—La vamos a extrañar este año, María Julia —dijo Lucas, e inmediatamente se sintió raro: nunca hubiera creído que un día iban a salir esas palabras de su boca.
—Lo bueno es que se lleva a Luciana bien lejos —susurró Malena, provocando algunas risas disimuladas entre los chicos.
—Ustedes no se preocupen —respondió María Julia—. Aunque desde ahora solo me dedique a mi nueva familia, dejo la dirección del hogar a cargo de alguien que los va a cuidar muy bien: Soledad.
—Espero que disfruten de este lugar horrible mientras yo viajo por los mejores países de Europa —dijo Luciana—. Hasta nunca.
—¡Hija! No seas maleducada —intervino Caride—. Les pido mil disculpas, chicos. Nos volvemos a ver el año que viene, ¿sí?
Lucas y Lucía abrazaron a Caride para despedirlo. Ninguno de ellos era demasiado apegado a él, pero no olvidaban que fue gracias a su ayuda que ambos pudieron reencontrarse.

Por la tarde, cuando todas las despedidas ya habían terminado y la familia Caride completa (incluyendo a María Julia) ya había subido al avión, Laura salió al patio trasero para estar un momento a solas.
Desde hacía varios días tenía la sensación de que algo malo estaba a punto de sucederle. Era como si de repente le faltara el aire y necesitara estar en contacto con la naturaleza sin que nadie la moleste. Lo había hablado con Soledad, quien le había asegurado que no tenía por qué temer, ya que era normal sentirse así después de una experiencia tan fea como haber vivido en Las Sombras.
Se sentó sobre el césped y, cerrando los ojos, dirigió su cara hacia el cielo. La cálida luz del sol la relajaba y la hacía sentirse protegida. Volvió a abrirlos cuando escuchó un sonido.
—¡Hola! ¡Hace cuánto que no te veía!
Varios metros delante suyo, en la entrada del laberinto, estaba parado un gato negro. Durante sus años de encierro, antes de ser descubierta por Mentiritas, los gatos eran su única compañía. Pero desde que Pedro se había ido, los gatos iban y venían del hogar, viviendo en diferentes lugares, y haciendo que Laura no vea a ninguno de ellos durante largos períodos de tiempo.
—¿Querés tomar leche? —preguntó acercándose a él.
El gato se acercó, estudió la inocente mirada de Laura, y luego se dio media vuelta y se echó a correr en dirección a la entrada del hogar.
—¡Esperá! ¡No te vayas!
Laura se puso de pie y lo persiguió. Lo buscó por todo el patio delantero, pero no estaba de allí. Finalmente lo vio a través de las rejas de entrada: estaba en la calle, acostado.
—¡Salí de ahí! ¡Puede ser peligroso!
Tal y como lo predijo, un auto se dirigía a toda velocidad hacia donde el gato estaba recostado.
—¡Gatito! ¡Salí! ¡Corré! ¡Te van a chocar!
Laura corrió hacia la calle para intentar rescatarlo, pero era inútil: estaba demasiado lejos y el auto venía demasiado rápido.
Justo antes de que pudiera ser golpeado, una mujer saltó sobre el gato y logró agarrarlo, poniéndolo de vuelta a salvo en los brazos de Laura.
—¡Gracias! —exclamó Laura—. ¿Estás bien, gatito? ¡No vuelvas a acostarte en la calle! ¡Te pueden lastimar!
—Eso estuvo cerca —dijo la mujer—. ¿Es tu mascota?
—Sí. Bah, más o menos, en realidad va y viene. Muchísimas gracias por salvarlo, en serio. —Laura sonrió con amabilidad a la mujer.
—No es nada, para eso están los vecinos. Digo, porque te vi salir de ese hogar. ¿Vos vivís en Rincón de Luz?
—Sí, vivo acá. ¿Usted es la que se mudó a la casa de los Caride?
—Sí, mi hija y yo acabamos de llegar. Parece que entonces tenía razón, vamos a ser vecinas.
—¿Sí? ¡Qué bueno! No me gusta hablar mal de la gente, pero la verdad es que los vecinos anteriores siempre se llevaron muy mal con nosotros —confesó Laura—. Mi nombre es Laura, ¿y el suyo?
—Podés tratarme de «vos». Yo me llamo Betina, encantada. Y mi hija está adentro, ya la vas a conocer. Se llama Pía y es un poco más grande que vos. Estoy segura de que se van a llevar estupendo.

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¿Qué es "Buscá la luz"?


"Buscá la luz" es una historia llena de magia, amistad, amor, y solidaridad.

En ella tanto adultos como chicos aprenden a lidiar juntos con los problemas diarios y terminan por entender que el secreto para una mejor vida se esconde en el niño que cada uno de ellos lleva dentro.

Basada en la exitosa telenovela "Rincón de Luz", una idea original de Cris Morena.

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